jueves, 29 de enero de 2015

"Retrato insólito de la arquitectura" por Anatxu Zabalbeascoa en El País

Corría el año 1952 cuando Le Corbusier dijo de Lucien Hervé, el fotógrafo húngaro que inmortalizó su Unité d’Habitation de Marsella, que tenía alma de arquitecto. Se le olvidó comentar que él mismo, visto cómo encuadraba los espacios, debía de ­tener alma de fotógrafo. Después de que en las últimas décadas la fotografía convirtiese la ­arquitectura en símbolo visual, hoy se apuesta por otros objetivos. Muchos retratistas buscan desvelar, en lugar de maquillar con sus imágenes.

Merece la pena recordar que desde hace casi doscientos años los dos géneros son inseparables. Aunque su relación haya atravesado objetivos tan dispares como la búsqueda de la verdad y la de la ficción, la fotografía ha sido durante casi dos siglos garantía de la arquitectura: edificios y lugares que ya no existen se recuerdan a partir de su imagen. Pero ese logro ha fomentado un gran peligro: considerar que la imagen es lo más importante del arte útil que es construir edificios y ciudades.

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